SEMANA SANTA
DE PASIÓN
Míralo por donde viene
con su carita de pena,
todo su cuerpo le duele
cuando una saeta suena.
Con setenta nazarenos
y una estela de cofrades
van rogando ser más buenos,
purgando todos sus males.
Juan, Pedro, Verónica
romanos de casco y peto
componen escena armónica,
actores, que en un aprieto
hicieron de Dios, figura
agónica.
El cortejo se dirige
entre calles y plazuelas
plegarias de mil abuelas
a quien Rey, por fin se erige.
Costaleros que lleváis
sobre los hombros la muerte
no cejéis en ser más fuertes
y empujad cuanto podáis.
Al compás de madrugada
hombro a hombro la bailáis
a una Virgen destrozada
a sus pies todos lloráis.
Cuando al son de los tambores
las trompetas se desgarran
abren paso dos faroles
multitudes que se afanan,
en ver como el Cristo se mece
bailando en un mar de lagrimas
cuando el cielo se oscurece
y ocultándose parece
esconder nuestras hazañas.
Canta una voz desgarrada
a ese Cristo de Pasión,
que con sangre derramada
suplico nuestro perdón,
y en la cruz una mirada
implorando compasión.
Nace al alba un nuevo día
y en el silencio resuenan
cadenas de quien porfía
penitencias que exoneran.
Cuando al filo de la tarde
llega el cortejo a la cima
después de caer tres veces
y en el rostro se lastima,
una Verónica en su afán
de enjugar su pena atina
paños que siempre darán
imagen de quien sublima.
Cual si fuera un malhechor
rodeado de bandidos
sufre el Cristo del helor
que desgarra sus sentidos,
y antes que venga la muerte
tratando de hacerse el fuerte
clama al Cielo por su suerte,
y con voz potente y clara
entonando una plegaria
compasivo se abandona
y expirando, nos perdona.
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