EL
ENCIERRO
(San Fermines)
Seis figuras se
dibujan en el corralón,
arropados por los mansos
que inspiran resignación,
hasta oír truenos y pasos
que anuncian la procesión,
rogando a todos los santos
protejan con su mantón.
El miedo me hace correr,
el miedo me impide avanzar,
percibo su aliento sin mover
estatua de barro y engañar,
a fiera que trata de coger
el aire del viento y derrotar.
Una vez en marcha todos
ya no hay quien pare el encierro,
con casta y sin malos modos
cada bicho con su hierro.
Suben la cuesta del santo
abriendo paso los toros
que saltan sobre los mozos
que han culminado su canto.
Mercaderes,
curva de la estafeta,
van como cohetes
sin pensar en la muleta,
resoplando los mofletes
cuando pasa la silueta,
de aquel proyecto en filetes
que porta al final de la testa,
más que pitones, railetes.
Los colores se entremezclan
al correr la calle arriba,
lo bonito cuando cercan
la manada, que en su huida
y en contra de la querencia
buena señal de su casta,
notan la sola presencia
de aquél, que con mucha pasta,
quiere vivir la secuencia
de sentirse junto al asta,
embriagándose en la esencia
del arte y el riesgo, a la carta.
Una vez más el milagro,
que es posible en la carrera,
que se vive un rato largo,
cada cuál a su manera,
evitando el acto amargo
si es que embiste alguna fiera,
cuando el santo se hace cargo
con el quite por montera.
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