A LA FIESTA NACIONAL
Maestro, maestro
que tiene que estar
pronto presto
que va a comenzar la
faena,
con sueños de gloria que
han puesto
gigantes de barro en la
arena.
La corrida se divide
en partes bien
diferentes,
el torero quien decide
en cada cual de los
tercios presentes,
recibir como un valiente
en el centro de rodillas,
apoyado en un saliente
contemplando a sus
cuadrillas.
Cuando ciñe su capote
para al toro, que en su
trote
muge, que al aire espanta
¡quietos los pies,
aguanta!,
envuelve a la res con
dulzura
contraste de tanta
bravura.
Maestro, maestro
susurra con voz
temblorosa
su hombre de confianza
aquél, que lo mima y lo
cuida
que lleva los trastos a
la plaza.
Este toro, cornicacho tan
berrendo
dobla bien, humilla
pronto, acude presto
no parece tan tremendo
noble animal, tiene
arrestos.
Suenan timbales y
clarines
silencio se hace en la
plaza,
que rompa con fuerza en
la manta
que indique su casta y
bravura,
cuando una y otra vez
levanta
del suelo a la
cabalgadura.
Puya que hiere, y que amansa
que templa al bravo, que
sangra
que sale sin prisas, que
aguanta
el hierro que duele y no
mata.
Ya está el toro menos
fiero
y en el centro de la
plaza
se perfila con esmero
enjuta figura, el
banderillero.
Que lo llama, que lo cita
con adornos y con voces
que busca al bicho y en
el encuentro,
puñales que salen veloces
buscando reunirse al
momento.
Suena la hora de la
verdad,
ceremoniosa figura que al
centro va.
¡Va por ustedes! saluda
en los medios
que guarden silencio, que
aprendan los necios.
Desplegando su muleta,
cita, reta
hermoso animal que muge, que aprieta
que dobla la testa, que
humilla, se presta
a larga faena, a diestra
y siniestra
de aquél que conoce y
entiende la fiesta.
Cuando logra con sus
pases doblegar
a esa fiera que se tiene que
entregar,
estimula los sentidos
pone en pie hasta los
tendidos,
arma el brazo con la
espada
silencio se hace, no se
oye nada
se perfila, se recrea,
hunde el acero
muerta la res en el
albero.
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